miércoles, 6 de junio de 2018


Cuando éramos chicas e íbamos de vacaciones
a San Bernardo, en los médanos
encontrábamos cintas de huellas diminutas
que se prolongaban hasta detrás de los arbustos.

Las acompañábamos con la vista
hasta encontrar el cascarudo que las trazaba.
A veces eran dos.

Era difícil creer que recorrieran caminos 
tan extensos, siendo ellos tan pequeños.

Después buscábamos otro par de huellas
y seguíamos así, durante las largas tardes 
de enero con mis hermanas en la arena seca.

Sumábamos nuestras inexpertas huellas.

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