lunes, 30 de noviembre de 2015

Pasión

Unos besan las sienes, otros besan las manos,
otros besan los ojos, otros besan la boca.
Pero de aquél a éste la diferencia es poca.
No son dioses, ¿qué quieres?, son apenas humanos.
           
Pero, encontrar un día el espíritu sumo,
la condición divina en el pecho de un fuerte,
el hombre en cuya llama quisieras deshacerte
¡como al golpe de viento las columnas de humo!
           
La mano que al posarse, grave, sobre tu espalda,
haga noble tu pecho, generosa tu falda,
y más hondos los surcos creadores de tus senos.
           
¡Y la mirada grande, que mientras te ilumine
te encienda al rojoblanco, y te arda, y te calcine
hasta el seco ramaje de los pálidos huesos!


Alfonsina Storni ( Sala Capriasca, Suiza, 1892 - Mar del Plata, 1938)





El ensayo

Si el corazón me fuera percutido
Pudiera ser que resonara a muerto,
Pero pudiera ser que diese ruido
De pájaros cantores en un huerto.

Es verdad que a morir, desde nacido,
Este buen corazón se va ensayando,
Pero, ensayos de un drama no aprendido,
Así vive, cayendo y levantando.

Las veces que ha cambiado de postura
No son una por ciento, sino cien,
Que el arte de morir es cosa dura:
Se ensaya mucho y no se aprende bien.


Alfonsina Storni ( Sala Capriasca, Suiza, 1892 - Mar del Plata, 1938)

sábado, 28 de noviembre de 2015

Alfonsina Storni

La quimera

Como los niños iba hacia oriente, creyendo
Que con mis propias manos podría el sol tocar;
Como los niños iba, por la tierra redonda,
Persiguiendo, allá lejos, la quimera solar.

Estaba a igual distancia del oriente de oro
Por más que siempre andaba y que volvía a andar;
Hice como los niños: viendo inútil la marcha
Cogí flores del suelo y me puse a jugar.


Alfonsina Storni ( Sala Capriasca, Suiza, 1892 - Mar del Plata, 1938)



sábado, 21 de noviembre de 2015

Mário de Andrade



Descobrimento

Abancado à escrivaninha em São Paulo
Na minha casa da rua Lopes Chaves
De supetão senti um friúme por dentro.
Fiquei trêmulo, muito comovido
Com o livro palerma olhando pra mim.

Não vê que me lembrei que lá no Norte, meu Deus!
muito longe de mim
Na escuridão ativa da noite que caiu
Um homem pálido magro de cabelo escorrendo nos olhos,
Depois de fazer uma pele com a borracha do dia,
Faz pouco se deitou, está dormindo.

Esse homem é brasileiro que nem eu.

Mário de Andrade (São Paulo, 1893 -1945)

Um boi vê os homens

Tão delicados (mais que um arbusto) e correm
e correm de um para o outro lado, sempre esquecidos
de alguma coisa. Certamente, falta-lhes
não sei que atributo essencial, posto se apresentem nobres
e graves, por vezes. Ah, espantosamente graves,
até sinistros. Coitados, dir-se-ia que não escutam
nem o canto do ar nem os segredos do feno,
como também parecem não enxergar o que é visível
e comum a cada um de nós, no espaço.E ficam tristes
e no rasto da tristeza chegam à crueldade.
Toda a expressão deles mora nos olhos – e perde-se
a um simples baixar de cílios, a uma sombra.
Nada nos pêlos, nos extremos de inconcebível fragilidade,
e como neles há pouca montanha,
e que secura e que reentrâncias e que
impossibilidade de se organizarem em formas calmas,
permanentes e necessárias. Têm, talvez,
certa graça melancólica (um minuto) e com isto se fazem
perdoar a agitação incômoda e o translúcido
vazio interior que os torna tão pobres e carecidos
de emitir sons absurdos e agônicos: desejo, amor, ciúme
(que sabemos nós?), sons que se despedaçam e tombam no campo
como pedras aflitas e queimam a erva e a água,
e difícil, depois disto, é ruminarmos nossa verdade.

Carlos Drummond de Andrade (Itabira, Minas Gerais, 1902 - Rio de Janeiro, 1987)

Eugenio Montejo

Vuelve a tus dioses profundos

Vuelve a tus dioses profundos;
están intactos,
están al fondo con sus llamas esperando;
ningún soplo del tiempo los apaga.
Los silenciosos dioses prácticos
ocultos en la porosidad de las cosas.
Has rodado en el mundo más que ningún guijarro;
perdiste tu nombre, tu ciudad,
asido a visiones fragmentarias;
de tantas horas ¿qué retienes?
La música de ser es disonante
pero la vida continúa
y ciertos acordes prevalecen.
La tierra es redonda por deseo
de tanto gravitar;
la tierra redondeará todas las cosas
cada una a su término.
De tantos viajes por el mar,
de tantas noches te circundan;
descifra en ellas el eco de tus dioses;
están intactos,
están cruzando mudos con sus ojos de peces
al fondo de tu sangre.

Eugenio Montejo (Caracas, 1938 - Valencia, 2008)

jueves, 19 de noviembre de 2015

Sobre desaparecer

Puedo decidir no ver
desde dónde no alejarme
hacia dónde no volver.

Empiezo yo
y el río de la memoria vuelve a foja cero.


martes, 17 de noviembre de 2015

Jaime Sabines

Los amorosos

Los amorosos callan. 
El amor es el silencio más fino,
 
el más tembloroso, el más insoportable.
 
Los amorosos buscan,
 
los amorosos son los que abandonan,
 
son los que cambian, los que olvidan.
 

Su corazón les dice que nunca han de encontrar,
 
no encuentran, buscan.
 
Los amorosos andan como locos
 
porque están solos, solos, solos,
 
entregándose, dándose a cada rato,
 
llorando porque no salvan al amor.
 

Les preocupa el amor. Los amorosos
 
viven al día, no pueden hacer más, no saben.
 
Siempre se están yendo,
 
siempre, hacia alguna parte.
 
Esperan,
 
no esperan nada, pero esperan.
 

Saben que nunca han de encontrar.
 
El amor es la prórroga perpetua,
 
siempre el paso siguiente, el otro, el otro.
 
Los amorosos son los insaciables,
 
los que siempre -¡qué bueno!- han de estar solos.
 

Los amorosos son la hidra del cuento.
 
Tienen serpientes en lugar de brazos.
 
Las venas del cuello se les hinchan
 
también como serpientes para asfixiarlos.
 

Los amorosos no pueden dormir
 
porque si se duermen se los comen los gusanos.
 

En la oscuridad abren los ojos
 
y les cae en ellos el espanto.
 

Encuentran alacranes bajo la sábana
 
y su cama flota como sobre un lago.
 

Los amorosos son locos, sólo locos,
 
sin Dios y sin diablo.
 

Los amorosos salen de sus cuevas
 
temblorosos, hambrientos,
 
a cazar fantasmas.
 
Se ríen de las gentes que lo saben todo,
 
de las que aman a perpetuidad, verídicamente,
 
de las que creen en el amor
 
como una lámpara de inagotable aceite.
 

Los amorosos juegan a coger el agua,
 
a tatuar el humo, a no irse.
 
Juegan el largo, el triste juego del amor.
 
Nadie ha de resignarse.
 
Dicen que nadie ha de resignarse.
 
Los amorosos se avergüenzan de toda conformación.
 

Vacíos, pero vacíos de una a otra costilla,
 
la muerte les fermenta detrás de los ojos,
 
y ellos caminan, lloran hasta la madrugada
 
en que trenes y gallos se despiden dolorosamente.
 

Les llega a veces un olor a tierra recién nacida,
 
a mujeres que duermen con la mano en el sexo,
 
complacidas,
 
a arroyos de agua tierna y a cocinas.
 
Los amorosos se ponen a cantar 

entre labios 
una canción no aprendida,
 
y se van llorando, llorando,
 
la hermosa vida.

Jaime Sabines (Tuxla Gutiérrez, México, 1926 - Ciudad de México, 1999)

domingo, 15 de noviembre de 2015

Estados de ánimo

Unas veces me siento
como pobre colina
y otras como montaña
de cumbres repetidas

unas veces me siento
como un acantilado
y en otras como un cielo
azul pero lejano

a veces uno es
manantial entre rocas
y otras veces un árbol
con las últimas hojas

pero hoy me siento apenas
como laguna insomne
con un embarcadero
ya sin embarcaciones

una laguna verde
inmóvil y paciente
conforme con sus algas
sus musgos y sus peces

sereno en mi confianza
confiado en que una tarde
te acerques y te mires
me mires al mirarme.


Mario Benedetti (Paso de los Toros, 1920 - Montevideo, 2009)

Tu quebranto

Tu voz no quiere cantar
tu voz se esconde en el llanto
si pregunto tu quebranto
es sólo por preguntar

desde que tu pena existe
como un ileso sentido
todo está triste y cumplido
todo está cumplido y triste

no tiene melancolía
el limpio dolor que tienes
ya no te quedan rehenes
para obtener la alegría

tu voz no quiere cantar
tu voz se esconde en el llanto
si pregunto tu quebranto
es sólo por preguntar

tu pena no es tu tortura
tu pena es tu peregrina
quién sabe cómo termina
si termina tu aventura

tu pena es un cautiverio
sin mar sin cielo y sin rosas
por sobre todas las cosas
tu pena es como misterio

tu voz no quiere cantar
tu voz se esconde en el llanto
si pregunto tu quebranto
es sólo por preguntar

tu voz se calla por sabia
y ese silencio es mejor
si tu dolor no es dolor
es que tu dolor es rabia

tu dolor es una espada
que hiere o corta o libera
tu pena es una manera
de vencer la madrugada

tu voz no quiere cantar
tu voz se esconde en el llanto
si pregunto tu quebranto
no me vas a contestar.


Mario Benedetti (Paso de los Toros, 1920 - Montevideo, 2009)

viernes, 13 de noviembre de 2015

Carlos Drummond de Andrade

Aparição amorosa

Doce fantasma, por que me visitas
como em outros tempos nossos corpos se visitavam?
Tua transparência roça-me a pele, convida
a refazermos carícias impraticáveis: ninguém nunca
um beijo recebeu de rosto consumido.

Mas insistes, doçura. Ouço-te a voz,
mesma voz, mesmo timbre,
mesmas leves sílabas,
e aquele mesmo longo arquejo
em que te esvaías de prazer,
e nosso final descanso de camurça.

Então, convicto,
ouço teu nome, única parte de ti que não se dissolve
e continua existindo, puro som.
Aperto... o quê? a massa de ar em que te converteste
e beijo, beijo intensamente o nada.

Amado ser destruído, por que voltas
e és tão real assim tão ilusório?
Já nem distingo mais se és sombra
ou sombra sempre foste, e nossa história
invenção de livro soletrado
sob pestanas sonolentas.
Terei um dia conhecido
teu vero corpo como hoje o sei
de enlaçar o vapor como se enlaça
uma idéia platônica no espaço?

O desejo perdura em ti que já não és,
querida ausente, a perseguir-me, suave?
Nunca pensei que os mortos
o mesmo ardor tivessem de outros dias
e no-lo transmitissem com chupadas
de fogo aceso e gelo matizados.

Tua visita ardente me consola.
Tua visita ardente me desola.
Tua visita, apenas uma esmola.

Carlos Drummond de Andrade (Itabira, Minas Gerais, 1902 - Rio de Janeiro, 1987)

viernes, 6 de noviembre de 2015

César Vallejo

Los heraldos negros

Hay golpes en la vida, tan fuertes... ¡Yo no sé!
Golpes como del odio de Dios; como si ante ellos,
la resaca de todo lo sufrido
se empozara en el alma... ¡Yo no sé!

Son pocos; pero son... Abren zanjas oscuras
en el rostro más fiero y en el lomo más fuerte.
Serán tal vez los potros de bárbaros atilas;
o los heraldos negros que nos manda la Muerte.

Son las caídas hondas de los Cristos del alma
de alguna fe adorable que el Destino blasfema.
Esos golpes sangrientos son las crepitaciones
de algún pan que en la puerta del horno se nos quema.

Y el hombre... Pobre... ¡pobre! Vuelve los ojos,
como cuando por sobre el hombro nos llama una palmada;
vuelve los ojos locos, y todo lo vivido se empoza,
como charco de culpa, en la mirada.

Hay golpes en la vida, tan fuertes... ¡Yo no sé!


César Vallejo (Santiago de Chuco, Perú, 1892 -  París, 1938)

jueves, 5 de noviembre de 2015

Nocturno

No tengo tiempo de mirar las cosas
como yo lo deseo.
Se me escurren sobre la mirada,
y todo lo que veo
son esquinas profundas rotuladas con radio,
donde leo la ciudad para no perder tiempo.
Esta obligada prisa que inexorablemente
quiere entregarme el mundo con un dato pequeño.
Este mirar urgente y esta voz en sonrisa
para un joven que sabe morir por cada sueño.
No tengo tiempo de mirar las cosas,
casi las adivino.
Una sabiduría ingénita y celosa
me da miradas previas y repentinos trinos.
Vivo en doradas márgenes; ignoro el central gozo
de las cosas. Desdoblo siglos de oro en mi ser.
Y acelerando rachas -quilla o ala de oro-,
repongo el dulce tiempo que nunca he de tener.

Carlos Pellicer (San Juan Bautista, México, 1897 - Ciudad de México, 1977)

Sonetos postreros

                       I

Mi voluntad de ser no tiene cielo;
sólo mira hacia abajo y sin mirada.
¿Luz de la tarde o de la madrugada?
Mi voluntad de ser no tiene cielo.

Ni la penumbra de un hermoso duelo
ennoblece mi carne afortunada.
Vida de estatua, muerte inhabitada
sin la jardinería de un anhelo.

Un dormir sin soñar calla y sombrea
el prodigioso imperio de mis ojos
reducido a los grises de una aldea.

Sin la ausencia presente de un pañuelo
se van los días en pobres manojos.
Mi voluntad de ser no tiene cielo.

Carlos Pellicer (San Juan Bautista, México, 1897 - Ciudad de México, 1977)

lunes, 2 de noviembre de 2015

Carlos Pellicer

Deseos

Trópico, para qué me diste
las manos llenas de color.
Todo lo que yo toque
se llenará de sol.
En las tardes sutiles de otras tierras
pasaré con mis ruidos de vidrio tornasol.
Déjame un solo instante
cambiar de clima el corazón,
beber la penumbra de una cosa desierta,
inclinarme en silencio sobre un remoto balcón,
ahondarme en el manto de pliegues finos,
dispersarme en la orilla de una suave devoción,
acariciar dulcemente las cabelleras lacias
y escribir con un lápiz muy fino mi meditación.
¡Oh, dejar de ser un solo instante
el Ayudante de Campo del sol!
¡Trópico, para qué me diste
las manos llenas de color!

Carlos Pellicer (San Juan Bautista, México, 1897 - Ciudad de México, 1977)