martes, 25 de agosto de 2015

Los equilibristas callados



                                                           A lxs poetas.
Estoy aquí, en la entelequia del paisaje,

entre el ser y la luz,

entre el transcurrir y el viento

que rasura abrasadores raíles.

Inmóvil, estoy inmóvil, en cambio

me muevo en el cambio que arrastra lejos mis lindes,

lima mis rojos limos y anega los días con olvido.

Volaron ya tantos pañuelos blancos

como noches en vela; como estelas

de hollín que trazaban confusos caminos.

Ahora, todo es verde tierra quemada y bajo ella

roncos presagios te susurran ese carbón sin escarbar

de las entrañas de la tierra, vacuos diamantes,

medusas pétreas que se sumergen en el abismo,

ráfaga de luz dormida allí, en el fondo,

más allá del fin de mi, en el centro de la implosión

donde mi niño espera a nacer aun sin rostro, mientras

mi anciano es decapitado por la afilada orquídea de la memoria,

donde mis manos tumefactas lanzan ardientes adoquines

contra mi propio reflejo.

Intermitentemente

mi experiencia se borra del existir

mis besos se inmolan, mis sonrisas

se volatilizan como ceniza de bonzo,

mis abrazos se mezclan en probetas con mis lloros,

otros intentan hacer acopio del misterio del cosmos al microscopio.

Todo es más sencillo.

Ahora estoy aquí, ahora ya no estoy aquí,

igual que un grano de arena que gira duna abajo hacia la nada.

De mi piel para afuera lo inflamado

las partículas de oxígeno en otros pulmones más fuertes.

Sobre mi mano abierta los ojos arrancados

del único testigo de mi propia vida:

mi vida sin la vida, mi vida por la vida, mi vida mas IVA, sin más,

al fin de cuentas, soy un frame detenido en la pantalla

soy un vibrante barrido de píxeles

ante el vértigo vacío

que tensa su alambre de espino

largo alambre temblando en la luz,

haciéndome desaparecer,

la misma luz que lame los contornos de mis palabras,

la idéntica luz que me muestra los espacios en blanco:

las entrelíneas como vías muertas, la ausencia,

esa escarcha en el sol de los silenciados,

de los equilibristas que antes que yo

se callaron ante la febril altura

y cayeron.


David Trashumante (Logroño, 1978)

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