martes, 22 de octubre de 2019

Colinas, colinas...


Colinas, colinas, bajo este Octubre ácido...
Colinas, colinas, descomponiendo o reiterando matices aún
   fríos.
O no pudiendo decir plenamente el oro y el celeste, fluidos, de
   los cultivos.
Nos dueles, oh paisaje que no puedes cantar en la tarde agria
   e indecisa,
lleno de escalofríos bajo las nubes tenaces e inquietas todavía
   de tu sueño
y estás solo, solo, solo, con la angustia y el desamparo de tus
   criaturas.
Pero aun si cantaras el canto no se oiría casi.
Oiríamos sólo el ruido de los carros largos con su carga de
   desesperación.
Oiríamos sólo el silencio de los niños y de las mujeres junto
   a los ranchos transparentes.
Veríamos sólo la figura deshecha con la bolsa al hombro sobre
   la cima de la loma.
Veríamos sólo esos arrabales de las Estaciones, oh campos de
   Entre Ríos con aún países absolutos de injusticia,
oh campos de Entre Ríos hechos para la dicha
de los que os evocaron esa aurora florecida que aún no canta
   y que es extraña al día.
Otro será el paisaje mañana en las mismas líneas puras.

Cantará con un múltiple canto entre las casas próximas con
   mesas, ah, seguras y con libros y músicas.
Como de la noche de su alma del sueño de los campos el
   hombre extraerá toda la maravilla.
No más dividido, no, con el hermano ni consigo mismo ni
   con la tierra, el hombre.
Uno consigo mismo y con el mundo para crearse sin fin en la
   gracia más alta de la criatura,
y sonreír al rostro cejante de la sombra.


Juan L. Ortiz (Puerto Ruiz, 1896- Paraná, 1978)



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