No era necesario mirar el cielo ni
las ramas.
Aquí te vi, en la tierra pura, en la
tierra desnuda.
Aquí te vi, espíritu primaveral,
danzar o arder serenamente como la alegría sin nombre,
transparencia imposible de una dicha
flotante sobre el polvo.
Aquí te vi, niña fantasmal de velos
diáfanos, en el mediodía inexistente.
No era necesario mirar el cielo ni
las ramas.
Juan L. Ortiz
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