Otros, Otoño, alaben la dulzura
de tu adiós con rosas ¿con rosas o con nubes?
tu melodiosa ruina, la pereza imposible
del rocío que hace tus mañanas tan frágiles;
la tristeza que se desteje en la llovizna,
o la desolación de un atardecer
quieto y cerrado. Yo, Otoño, sólo quiero
decir la misteriosa música en que flotamos.
Música que no es el rumor desprendido
de las hojas, ni es la voz grave del viento:
es la de tu silencio
que nos lleva y nos trae como hojas perdidas,
hasta dejarnos suspendidos en quién sabe
qué abismos del recuerdo o qué penumbras íntimas.
¿Ocurrirá algo así cuando nos liberemos
nosotros, demorosos de salidas,
sabedores de un mundo ciego y entorpecido?
Juan L. Ortiz
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