Nuevas cartas a un nuevo joven poeta
1.
Pensá siempre que trabajamos con un material extraño al
mundo, posiblemente inútil y hasta hostil al mismo. Por lo tanto estamos
expuestos a rozarnos con toda serie de personajes estrafalarios, porque la
condición de estos pareciera -y en parte lo es-, afín a lo que producimos por
su carácter fronterizo de relación con la vida cotidiana.
Pero no toda persona de ese tipo es por naturaleza cercana a
la poesía. Puede ser incluso alguien que la niega de una manera sutil. No
somos psiquiatras ni exorcistas ni rabinos. No podemos invadir con nuestras
poesías tales territorios y saberes. A lo sumo ser un sostén, pero simplemente
metafórico de tales actividades. Pero no somos la actividad misma. No vivimos
-y es ciertamente de lamentar- tiempos regidos por chamanes de la tribu, el
reclamo de cierto simbolismo de torre de marfil es solo un deseo de pausa de
fin de semana.
Si damos clases, si enseñamos poesía, o más bien extraemos
poesía de quien ya la tiene in nuce en su alma y mente, no confundir al neófito
que puede ser muchas veces tan solo un vampiro de experiencia. Y su cercanía es
peligrosa porque estos ladrones de prâna pueden asemejarse por momentos a tales
pares, por lo general más jóvenes, cargados de deseos difusos y de anhelos
vicarios que no solo no podemos satisfacer, sino que debemos huir literalmente
de ellos.
Si ya vivimos a diario contactos sociales obligatorios por
razones del vivir concentracionario y burocrático de nuestras sociedades –que
no civilizaciones-, no debemos sumar la carga evitable de tales cercanías.
La materia que cargamos está para ser sobrematerializada,
pero no es tarea fácil. Lo material nos acecha y nos carga la mochila vital de
todo un atrezzo innecesario. Ya es muy difícil manejar ese peso inútil, pero
tampoco podemos buscar la torre de marfil de propiedad horizontal ni el ocio
rentado que acecha con sus becas y prebendas políticas.
El desarreglo conciente de los sentidos, al igual que el
símil de volvernos hechiceros de la tribu, son partes de un momento de
seducción por la barbarie. Por otro lado un dealer no es un acólito adecuado
para un chamán, ni el auto maltrato camino seguro a la noche oscura del alma,
sino senda torcida para los proveedores de dietas y de supuestas mejores
calidades de vida.
2.
La poesía es un lujo como toda cosa facta por el hombre y
que según Vico es también lo verdadero. Solo conocemos lo hecho (facto) que es
lo verdadero (verum). Así que nada de disfraces raros, poses, manías
artificiales y adocenadas, porque ya la actividad poética (y decimos esto de la
actividad estético-filosófica toda) es un lujo, un exceso.
Pero como todo lujo y exceso deben ser ritualizados. El
ritual y la repetición intencionada pueden ser la rima y/o la métrica. Digo que
pueden ser. No son imprescindibles. Pero siempre debés tener presente alguna
medida en los versos. Recordá lo de Pound como pregunta axial “¿Por qué esto
que leo es poesía y no prosa?”, que por cierto tampoco él cumplía muchas veces…
Así la poesía no es granizo ni pan rallado sintáctico
arrojado a puñados sobre el papel o la pantalla para paliar alguna mala noche o
madrugada de amor o de odio.
Es «una emoción recordada en la tranquilidad». Y la
tranquilidad
pueden darla cierta medida y ritmo de la propia escritura. El castellano es un
idioma vocálico en extremo y allí deben clavarse las banderillas al toro
desencadenado de la emoción y poner pial al potro mal domado de la pasión.
No hay que matarse para ser poeta, ni enloquecer, ni hacerse
el estrafalario. Ya lo sos, joven amigo o amiga, si te inclinás a estos
menesteres. Porque se trata de trabajo, de artesanía y por eso conviene
arrancarle a los tirones muchas plumas al presuntuoso pavo real del “arte”.
3.
La poesía es ave de paso, a veces fugaz. No tratés de
enjaularla con nada que la vuelva profesión; sí oficio. Si no tenés rentas
heredadas, olvidate de usarla como medio de vida, enredarte en congresos,
charlas, debates y chapucerías semejantes. Sí podés presentar el libro de algún
poeta que admires, pero en serio. No lo hagas para facturar su onerosa
compañía.
Si tenés que trabajar para solventarte lo mejor son las
clases; pero si tenés algo que enseñar. Si vas a descerrajar un palimpsesto de
opiniones ajenas, vaguedades sobre “lo indecible” de la poesía y demás
paparruchas, mejor que pongas un multirrubro; si te da el cuero.
Si no tenés nada que enseñar o transmitir, la traducción es
lo mejor. Claro que no serán solo textos poéticos los que te consigan la diaria
pitanza. La enseñanza universitaria o secundaria puede ser un lindo espejismo
para enlodarte con sus componendas. Acordate que este país cambia de rumbo cada
década y que pasa de inventarse un pasado a fraguar un inseguro futuro con ese
pasado apócrifo.
Mejor la enseñanza particular, el círculo, o la peña. Es
preferible ser acusado de elitista que de mascarón de proa de insensateces
oficiales y burdas politiquerías…
Nunca estreches la mano ni le debas nada a quien despreciás.
¡Hay tanto poeta funcionario y viajero subvencionado, sobre todo para ocuparse
de la poesía de un país lejano o poco frecuentado!
Ocupate de tu idioma, de tu lengua poética, y a lo sumo
aprendé -como se debe- una segunda. En una charla le escuché decir a André
Martinet, estudioso en serio y no propalador de bobadas parisinas, que para ser
un buen lingüista se debe por lo menos saber una segunda lengua tan bien como
la primera. Pero asegurate que sabés bien esta primera.
4.
El peor enemigo de la poesía es el sentimiento desbordado.
Este se desborda hoy en vetas antes impensadas. Cierto, he escrito que “La
pasión manda”; pero no la dejemos que mande en la poesía. Pero tampoco la
poesía, aún la más intensamente lírica, es decir subjetiva-erótica, es un
emético para las derivas pasionales, ni un cómodo ascensor que nos lleva a un
limbo de castidad ni nos baja hasta los sótanos de los inframundos
espirituales.
5.
Me pedís ejemplos, no voy a seguir con el
“April is the cruelest month, breedin “Abril es un mes más cruel”,
que no es el verso completo, sino “Abril es el mes más cruel, criando”… Cosas
del pentámetro yámbico. Pero dejemos eso.
A ver esto: “Felicità del sùghero abbandonato alla
corrente”. “Felicidad del corcho abandonado a la corriente”. Primer verso de
«Barcas sobre el Marne» de Eugenio Montale.
Obviamente allí tenemos la transmisión de una cualidad
humana a un objeto material inerte (el corcho), pero éste ha sido antes motivo
de felicidad, seguramente para alguno de los visitantes domingueros de las
orillas del río Marne. Que se habrá bebido el contenido de ese vino antes
tapado por el corcho ese corcho ahora a la deriva… En todo caso lo es para el
yo que ve todo esto y muchas cosas más en esta “ocasión”, la versión montaliana
de la epifanía.
Esta corriente a su vez se mueve en toda la corriente vital
del poema que contiene por un lado la más cruda epifanía-ocasión de Montale:
“il vuoto che ci invade”. “El vacío que nos invade”. Ante lo pleno de ese
mediodía dominguero donde imaginamos o, mejor dicho, se nos deja imaginar el
bullicio de las voces superpuestas de niños y de hombres y mujeres de todas las
edades gozando de ese jolgorio y algarabía repetidas de los días domingos, que
lleva en sí clavado ese vacío de existir del “dimanche” descubierto y acuñado
proféticamente por Laforgue.
Claro que en medio de todo ese lodazal de la doxa moderna en
los extramuros de la gran ciudad -París en este caso-, sobreviene esa ocasión
de otra cosa donde lo banal, caído, yecto, se vuelve súbita pero fluidamente
para el poeta, otra cosa. Tal esa “ocasionalidad” de la lírica.
Todo el poema es también una lucha agónica con el tiempo que
pasa y con el devenir que fluye y una busca y rebusca constantes en ese mismo
hábitat de señales, de signos y de cosas que saquen y hagan olvidar al poeta de
ese constante fluir.
Espero te sea útil.
Ángel Faretta (Buenos Aires, 1953)
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