Tenta esquecer-me...Ser lembrado é como
evocar-se um fantasma...Deixa-me ser
o que sou, o que sempre fui, um rio que vai fluindo...
Em vão em minhas margens cantarão as horas,
me recamarei de estrelas como um manto real,
me bordarei de nuvens e de asas,
às vezes virão em mim as crianças banhar-se...
Um espelho não guarda as coisas refletidas!
E o meu destino é seguir...é seguir para o Mar,
as imagens perdendo no caminho...
Deixa-me fluir, passar, cantar...
toda a tristeza dos rios
é não poderem parar!
Mario Quintana (Alegrete, 1906 - Porto Alegre 1994)
sábado, 29 de agosto de 2015
martes, 25 de agosto de 2015
Los equilibristas callados
A lxs poetas.
Estoy aquí, en la entelequia del paisaje,
entre el ser y la luz,
entre el transcurrir y el viento
que rasura abrasadores raíles.
Inmóvil, estoy inmóvil, en cambio
me muevo en el cambio que arrastra lejos mis lindes,
lima mis rojos limos y anega los días con olvido.
Volaron ya tantos pañuelos blancos
como noches en vela; como estelas
de hollín que trazaban confusos caminos.
Ahora, todo es verde tierra quemada y bajo ella
roncos presagios te susurran ese carbón sin escarbar
de las entrañas de la tierra, vacuos diamantes,
medusas pétreas que se sumergen en el abismo,
ráfaga de luz dormida allí, en el fondo,
más allá del fin de mi, en el centro de la implosión
donde mi niño espera a nacer aun sin rostro, mientras
mi anciano es decapitado por la afilada orquídea de la memoria,
donde mis manos tumefactas lanzan ardientes adoquines
contra mi propio reflejo.
Intermitentemente
mi experiencia se borra del existir
mis besos se inmolan, mis sonrisas
se volatilizan como ceniza de bonzo,
mis abrazos se mezclan en probetas con mis lloros,
otros intentan hacer acopio del misterio del cosmos al microscopio.
Todo es más sencillo.
Ahora estoy aquí, ahora ya no estoy aquí,
igual que un grano de arena que gira duna abajo hacia la nada.
De mi piel para afuera lo inflamado
las partículas de oxígeno en otros pulmones más fuertes.
Sobre mi mano abierta los ojos arrancados
del único testigo de mi propia vida:
mi vida sin la vida, mi vida por la vida, mi vida mas IVA, sin más,
al fin de cuentas, soy un frame detenido en la pantalla
soy un vibrante barrido de píxeles
ante el vértigo vacío
que tensa su alambre de espino
largo alambre temblando en la luz,
haciéndome desaparecer,
la misma luz que lame los contornos de mis palabras,
la idéntica luz que me muestra los espacios en blanco:
las entrelíneas como vías muertas, la ausencia,
esa escarcha en el sol de los silenciados,
de los equilibristas que antes que yo
se callaron ante la febril altura
y cayeron.
David Trashumante (Logroño, 1978)
entre el ser y la luz,
entre el transcurrir y el viento
que rasura abrasadores raíles.
Inmóvil, estoy inmóvil, en cambio
me muevo en el cambio que arrastra lejos mis lindes,
lima mis rojos limos y anega los días con olvido.
Volaron ya tantos pañuelos blancos
como noches en vela; como estelas
de hollín que trazaban confusos caminos.
Ahora, todo es verde tierra quemada y bajo ella
roncos presagios te susurran ese carbón sin escarbar
de las entrañas de la tierra, vacuos diamantes,
medusas pétreas que se sumergen en el abismo,
ráfaga de luz dormida allí, en el fondo,
más allá del fin de mi, en el centro de la implosión
donde mi niño espera a nacer aun sin rostro, mientras
mi anciano es decapitado por la afilada orquídea de la memoria,
donde mis manos tumefactas lanzan ardientes adoquines
contra mi propio reflejo.
Intermitentemente
mi experiencia se borra del existir
mis besos se inmolan, mis sonrisas
se volatilizan como ceniza de bonzo,
mis abrazos se mezclan en probetas con mis lloros,
otros intentan hacer acopio del misterio del cosmos al microscopio.
Todo es más sencillo.
Ahora estoy aquí, ahora ya no estoy aquí,
igual que un grano de arena que gira duna abajo hacia la nada.
De mi piel para afuera lo inflamado
las partículas de oxígeno en otros pulmones más fuertes.
Sobre mi mano abierta los ojos arrancados
del único testigo de mi propia vida:
mi vida sin la vida, mi vida por la vida, mi vida mas IVA, sin más,
al fin de cuentas, soy un frame detenido en la pantalla
soy un vibrante barrido de píxeles
ante el vértigo vacío
que tensa su alambre de espino
largo alambre temblando en la luz,
haciéndome desaparecer,
la misma luz que lame los contornos de mis palabras,
la idéntica luz que me muestra los espacios en blanco:
las entrelíneas como vías muertas, la ausencia,
esa escarcha en el sol de los silenciados,
de los equilibristas que antes que yo
se callaron ante la febril altura
y cayeron.
David Trashumante (Logroño, 1978)
domingo, 23 de agosto de 2015
De un invierno más
un domingo de fines de agosto
me siento en un banco
en la plaza del barrio.
El sol recibo de lleno
fulgurante en mis ojos.
Sobre el saquito de lana
derrama iridiscentes
los mechones de mi pelo negro
en ondas.
En películas tibias
pero ese rato
radiante y fogoso
detiene
el instante eterno
que me separa de los domingos
de todos los domingos
sin fijar.
un domingo de fines de agosto
me siento en un banco
en la plaza del barrio.
El sol recibo de lleno
fulgurante en mis ojos.
Sobre el saquito de lana
derrama iridiscentes
los mechones de mi pelo negro
en ondas.
En películas tibias
pero ese rato
radiante y fogoso
detiene
el instante eterno
que me separa de los domingos
de todos los domingos
sin fijar.
miércoles, 19 de agosto de 2015
Deja tu comarca entre las fieras y los lirios...
Deja
tu comarca entre las fieras y los lirios. Y ven a mí esta noche oh, mi amado,
monstruo de almíbar, novio de tulipán, asesino de hojas dulces. Así, aquella
noche lo clamaba yo, de portal en portal, junto a la pared pálida como un
hueso, todo llena de un miedo irisado y de un oscuro amor. Ya era la edad en
que las abuelas habían retrocedido a moradas de subtierra y sólo sus almas
perduraban encadenadas a las lámparas estremeciendo mariposas verdes y
amarillas a la hora de los fuegos y los rezos. ¡Oh, mi amor!— lo clamaba yo, de
puerta en puerta, de muro en muro- perdí mis trenzas, estoy desnuda, se cayó el
sándalo de los medallones, la luna paró sobre las chimeneas su trineo de coral.
Y no vienes, hombre, rosa, crimen, corazón. Voy a quebrar las almendras, a
comer alabastro amargo. Voy a matar los panales. Me has hecho imaginar
inútilmente tus médulas de sándalo, tu corazón de fuego. Ahora, reirán de mí
las muertas que se acuerdan de tu amor. Así mentía yo, abrazada a su melena de
oro, a su terrible miel. Él hablaba una lengua casi inteligible; pero, un rocío
voraz, una lepra de flores, le terminaba el rostro. Y dentro estaban el azúcar
y las cruces y los espejos con olor a jacintos. Nos acercamos a la mesa. Las
abuelas renacieron en las lámparas. Le dije que iba a guardarlo, que iba a
besarlo, que iba a guardar su corazón entre las piñas y los licores y las
medallas. Otra vez jardín y sombras y columnas rotas y los cisnes serios como
hombres. Empecé a matarlo. Porque no digas mi amor a nadie—a entreabrirle los
pétalos del pecho, a sacarle el corazón. Él se apoyó en mi brazo, le latía con
locura el almíbar de los dedos. Empezó a morir. Cerca del bosque empezó a
morir. Rompí a llorar. Voy a matar los panales; voy a quebrar las almendras, a
comer alabastro amargo. Su muerte siguió a lo largo del bosque. Quise recogerla
en mi saya, reunirla en mis brazos, abrazarla. Voy a tener hijos de almíbar y
de pétalos y no podrán besarte, oh, mi novio de miel, mi tulipán. Lloraba
desesperadamente. Quería juntar los pétalos, reconstruir la miel, sacarlo de la
muerte, ganarlo para siempre, que no tuviera fin este poema.
Marosa Di
Giorgio
lunes, 17 de agosto de 2015
Para Carla
Tu presencia
acuna mi doble conciencia.
Arroba tu perfume a rosas.
jueves, 13 de agosto de 2015
Oración
Habítame,
penétrame.
Sea tu sangre una con mi sangre.
Tu boca entre a mi boca.
Tu corazón agrande el mío hasta estallar.
Desgárrame.
Caigas entera en mis entrañas.
Anden tus manos en mis manos.
Tus pies caminen en mis pies, tus pies.
Árdeme, árdeme.
Cólmeme tu dulzura.
Báñame tu saliva el paladar.
Estés en mí como está la madera en el palito.
Que ya no puedo así, con esta sed
quemándome.
Con esta sed quemándome.
Sea tu sangre una con mi sangre.
Tu boca entre a mi boca.
Tu corazón agrande el mío hasta estallar.
Desgárrame.
Caigas entera en mis entrañas.
Anden tus manos en mis manos.
Tus pies caminen en mis pies, tus pies.
Árdeme, árdeme.
Cólmeme tu dulzura.
Báñame tu saliva el paladar.
Estés en mí como está la madera en el palito.
Que ya no puedo así, con esta sed
quemándome.
Con esta sed quemándome.
La soledad, sus cuervos, sus perros, sus pedazos.
Juan Gelman
miércoles, 12 de agosto de 2015
Sistema circulatorio
Me deslizo
en puntas de pie
tanteando láminas de cristal
atravieso pasadizos
me contorsiono.
Afino
regulo el brillo de mis ojos
hasta que en eclipse
en puntas de pie
tanteando láminas de cristal
atravieso pasadizos
me contorsiono.
Afino
regulo el brillo de mis ojos
hasta que en eclipse
veo todo.
martes, 11 de agosto de 2015
De duelos largos
De duelos largos emerjo,
adormecido, a muertes frescas.
Sol cegador, alguna vez
fuiste fiesta y verdad única
- quién lo diría
de esta luz
indiferente en la que, ya sin voz,
como flor en la lluvia,
me deshago.
Juan José Saer
adormecido, a muertes frescas.
Sol cegador, alguna vez
fuiste fiesta y verdad única
- quién lo diría
de esta luz
indiferente en la que, ya sin voz,
como flor en la lluvia,
me deshago.
Juan José Saer
lunes, 10 de agosto de 2015
Hope is the thing with feathers
Hope is the thing with feathers
That perches in the soul,
And sings the tune without the words,
And never stops at all,
And sweetest in the gale is heard;
And sore must be the storm
That could abash the little bird
That kept so many warm.
I've heard it in the chillest land
And on the strangest sea;
Yet, never, in extremity,
It asked a crumb of me.
Emily Dickinson
That perches in the soul,
And sings the tune without the words,
And never stops at all,
And sweetest in the gale is heard;
And sore must be the storm
That could abash the little bird
That kept so many warm.
I've heard it in the chillest land
And on the strangest sea;
Yet, never, in extremity,
It asked a crumb of me.
Emily Dickinson
sábado, 8 de agosto de 2015
Deshojamiento
https://open.spotify.com/track/4mYsev3CjyiryBBPJc6aZx
La nieve casta su perdón desmiga
sobre la obscura ancianidad del suelo.
Cuando la tierra ya no puede, amiga.
Calladamente se deshoja el cielo.
Así el espino, y el parral, y el banco
visten la gracia de este nuevo adorno.
El haz de leña es un osito blanco
y es una choza de esquimal el horno.
La nieve es una gracia que regala el cielo
para que la tierra
lejos de la primavera
se vista de un albo color y se ilumine.
Igual que cuando el amor
cubre con su amparo
la desierta soledad del alba.
Fija en la mía tu mirada pura,
pues dan mis ojos a un paisaje interno,
y mira como nieva tu ternura
sobre mi triste corazón de invierno.
viernes, 7 de agosto de 2015
Juana Bignozzi
Esperé ser la anfitriona elemental
de una estructura no corrompida
ofrecer entregas y apuestas
abandonar mi ciudad sin la sombra de la sal
ni de su adiós y memoria viva
ahora soy dueña de un sistema de condenas y salvaciones
de aceptaciones y rechazos
de una lista de buenos trabajos
de un lejano sabor a vida
de una única forma de limpiarme
en soledad
Juana Bignozzi
de una estructura no corrompida
ofrecer entregas y apuestas
abandonar mi ciudad sin la sombra de la sal
ni de su adiós y memoria viva
ahora soy dueña de un sistema de condenas y salvaciones
de aceptaciones y rechazos
de una lista de buenos trabajos
de un lejano sabor a vida
de una única forma de limpiarme
en soledad
Juana Bignozzi
miércoles, 5 de agosto de 2015
lunes, 3 de agosto de 2015
Leo Mercado
el inconveniente de las burbujas
es que no tienen bordes visibles
entonces los cobardes
husmean reticentemente
con la punta de su alfiler
apoyándolo suavemente
con la esperanza de que sea
en realidad
un rayo ensordecedor
caído del cielo
el que los libere de su opresión
y así
poder ahorrarse la fatiga
de ser por un momento
valientes
Leo Mercado
http://vientonorte-leomercado.blogspot.com.ar/
es que no tienen bordes visibles
entonces los cobardes
husmean reticentemente
con la punta de su alfiler
apoyándolo suavemente
con la esperanza de que sea
en realidad
un rayo ensordecedor
caído del cielo
el que los libere de su opresión
y así
poder ahorrarse la fatiga
de ser por un momento
valientes
Leo Mercado
http://vientonorte-leomercado.blogspot.com.ar/
Hortensias en la misa
Era una casa sola con el techo a dos aguas y un gran hueco en el centro, una casa posmoderna(…) y un gran ribete de hortensias (éstas agigantadas y en un pardo azul; o blancas, o de color de rosa como azaleas y lloviznas).
Señora Dinorah la bordeó de noche casi sonriendo.
Entonces, apareció el Novio.
Rígido traje. Camisa de organdí de novio, de muerto. La breve melena algo inflada al aire.
Le dijo: —Señora Dinorah, yo soy su Novio. Y hoy es su boda.
—¿Cómo?
—Sí. Y acá.
Ella trastabilló. Quiso respaldarse en las hortensias y éstas cedieron por los tronquillos. Entonces, el sostén vendría sólo de ella misma.
Del pavor, un rato después se le cayó un huevo blando rodando de su interior entre las piernas y hasta el suelo con un leve Plap. Un huevo virgíneo, sin galladura, claro.
El novio se dio cuenta, a pesar de la noche. Y parpadeó.
Luego se recompuso y dijo: Bien; venga señora Dinorah. Vamos a la casa.
Acentuaba la a, era gracioso, y señora Dinorah casi sonrió a pesar de la aterrante situación. Así llegaron a la casa. Se miraron de pie.
No había ningún asiento.
Él dijo: Extraña esta ciudad. Compuesta sólo por esta casa.
—Sí.
Y agregó:
Señora, usted pone huevos, ¿no es cierto?
—Y...
-Bien, entonces quítese esos mantos.
Los mantos eran tres. Afuera, uno negro; azul el de la mitad. Y otro negro después. E iban en cadenillas para que no se corriesen.
Señora Dinorah quedó desnuda. Larga y blanca como una vara, como un manojo. Se le transparentaban los huevos en procesión, los huevos blancos de convento, diáfanos y brillantes como lágrimas. Él agregó:
—Sepamos, señora Dinorah, que hoy tendrá su minuto de gloria y del final.
¡Oh! aún no había iniciado él esta frase y ya, la víctima, señora Dinorah la víctima, la había oído toda y se escapó de las manos de plata del Novio e ingresó a la hortensia. A zarpazos, desapareció ahí. Las flores se estremecían, giraban, hicieron como un huracán, un murmullo disimulante y quedaron juntas y quietas.
El Novio llegó y se detuvo. ¿Ingresar en las flores y buscar? No era tan absurdo. Todo el plantío se había cerrado como un mar. Pasada una larga hora, señora Dinorah se alzó apenas, con levedad, sacó un ojo temblando para ver qué había. No vio nada, pero, igualmente, se agachó a esperar un poco aún. Y así otras veces. En una de esas postraciones abrazó sin querer en el suelo, algo vivo, caliente, grueso, liso, un cerdito de jardín, le pasó la mano por el pelo, lo besó de pronto en la boca (pero qué ocurrencia) él le devolvió el beso con lengua rosada, espesa, de clavelinas y jamón; después, él se le atrevió a un seno y al otro, se abrazaron a jugar, rodaron juntos por lo hondo de las plantas, hasta que sucedió todo y todo sucedió. Luego de un rato se oyó un tremendo ¡Ah!
En el linde del jardín, el Novio se reconstituyó. Quedó de nuevo, delgado y alto, con manos largas, rostro pálido. Con una de esas manos cruzó la luna, pareció saludar, despedirse y saludar.
—Adiós, señora Dinorah. Era su minuto de gloria y también de muerte. Como pude, lo hice. A eso venía. No me podía ir, si no. Adiós, señora, adiós y adiós.
Marosa Di Giorgio
Escuchar relato completo
Señora Dinorah la bordeó de noche casi sonriendo.
Entonces, apareció el Novio.
Rígido traje. Camisa de organdí de novio, de muerto. La breve melena algo inflada al aire.
Le dijo: —Señora Dinorah, yo soy su Novio. Y hoy es su boda.
—¿Cómo?
—Sí. Y acá.
Ella trastabilló. Quiso respaldarse en las hortensias y éstas cedieron por los tronquillos. Entonces, el sostén vendría sólo de ella misma.
Del pavor, un rato después se le cayó un huevo blando rodando de su interior entre las piernas y hasta el suelo con un leve Plap. Un huevo virgíneo, sin galladura, claro.
El novio se dio cuenta, a pesar de la noche. Y parpadeó.
Luego se recompuso y dijo: Bien; venga señora Dinorah. Vamos a la casa.
Acentuaba la a, era gracioso, y señora Dinorah casi sonrió a pesar de la aterrante situación. Así llegaron a la casa. Se miraron de pie.
No había ningún asiento.
Él dijo: Extraña esta ciudad. Compuesta sólo por esta casa.
—Sí.
Y agregó:
Señora, usted pone huevos, ¿no es cierto?
—Y...
-Bien, entonces quítese esos mantos.
Los mantos eran tres. Afuera, uno negro; azul el de la mitad. Y otro negro después. E iban en cadenillas para que no se corriesen.
Señora Dinorah quedó desnuda. Larga y blanca como una vara, como un manojo. Se le transparentaban los huevos en procesión, los huevos blancos de convento, diáfanos y brillantes como lágrimas. Él agregó:
—Sepamos, señora Dinorah, que hoy tendrá su minuto de gloria y del final.
¡Oh! aún no había iniciado él esta frase y ya, la víctima, señora Dinorah la víctima, la había oído toda y se escapó de las manos de plata del Novio e ingresó a la hortensia. A zarpazos, desapareció ahí. Las flores se estremecían, giraban, hicieron como un huracán, un murmullo disimulante y quedaron juntas y quietas.
El Novio llegó y se detuvo. ¿Ingresar en las flores y buscar? No era tan absurdo. Todo el plantío se había cerrado como un mar. Pasada una larga hora, señora Dinorah se alzó apenas, con levedad, sacó un ojo temblando para ver qué había. No vio nada, pero, igualmente, se agachó a esperar un poco aún. Y así otras veces. En una de esas postraciones abrazó sin querer en el suelo, algo vivo, caliente, grueso, liso, un cerdito de jardín, le pasó la mano por el pelo, lo besó de pronto en la boca (pero qué ocurrencia) él le devolvió el beso con lengua rosada, espesa, de clavelinas y jamón; después, él se le atrevió a un seno y al otro, se abrazaron a jugar, rodaron juntos por lo hondo de las plantas, hasta que sucedió todo y todo sucedió. Luego de un rato se oyó un tremendo ¡Ah!
En el linde del jardín, el Novio se reconstituyó. Quedó de nuevo, delgado y alto, con manos largas, rostro pálido. Con una de esas manos cruzó la luna, pareció saludar, despedirse y saludar.
—Adiós, señora Dinorah. Era su minuto de gloria y también de muerte. Como pude, lo hice. A eso venía. No me podía ir, si no. Adiós, señora, adiós y adiós.
Marosa Di Giorgio
Escuchar relato completo
Anoche, volvió, otra vez, La Sombra; aunque ya habían pasado...
Anoche, volvió, otra vez, La Sombra; aunque ya habían pasado
cien años, bien la reconocimos. Pasó el jardín violetas,
el dormitorio, la cocina; rodeó las dulceras, los platos blancos
como huesos, las dulceras con olor a rosa.
Tomó al dormitorio, interrumpió el amor, los abrazos; los que
que estaban despiertos, quedaron con los ojos fijos; soñaban,
igual la vieron.
El espejo donde se miró o no se miró, cayó trizado. Parecía
que quería matar a alguno. Pero, salió al jardín. Giraba, cavaba,
en el mismo sitio, como si debajo estuviese enterrado un muerto.
La pobre vaca, que pastaba cerca de la violetas, se enloqueció,
gemía como una mujer o como un lobo. Pero, La Sombra se fue volando,
se fue hacia el sur. Volverá dentro de un siglo.
cien años, bien la reconocimos. Pasó el jardín violetas,
el dormitorio, la cocina; rodeó las dulceras, los platos blancos
como huesos, las dulceras con olor a rosa.
Tomó al dormitorio, interrumpió el amor, los abrazos; los que
que estaban despiertos, quedaron con los ojos fijos; soñaban,
igual la vieron.
El espejo donde se miró o no se miró, cayó trizado. Parecía
que quería matar a alguno. Pero, salió al jardín. Giraba, cavaba,
en el mismo sitio, como si debajo estuviese enterrado un muerto.
La pobre vaca, que pastaba cerca de la violetas, se enloqueció,
gemía como una mujer o como un lobo. Pero, La Sombra se fue volando,
se fue hacia el sur. Volverá dentro de un siglo.
domingo, 2 de agosto de 2015
El intruso
Amor, la noche estaba trágica y sollozante
cuando tu llave de oro cantó en mi cerradura;
luego, la puerta abierta sobre la sombra helante,
tu forma fue una mancha de luz y de blancura.
Todo aquí lo alumbraron tus ojos de diamante;
bebieron en mi copa tus labios de frescura;
y descansó en mi almohada tu cabeza fragante;
me encantó tu descaro y adoré tu locura.
¡Y hoy río si tú ríes, y canto si tú cantas;
y si duermes, duermo como un perro a tus plantas!
¡Hoy llevo hasta en mi sombra tu olor de primavera;
y tiemblo si tu mano toca la cerradura;
y bendigo la noche sollozante y oscura
que floreció en mi vida tu boca tempranera!
Delmira Agustini
cuando tu llave de oro cantó en mi cerradura;
luego, la puerta abierta sobre la sombra helante,
tu forma fue una mancha de luz y de blancura.
Todo aquí lo alumbraron tus ojos de diamante;
bebieron en mi copa tus labios de frescura;
y descansó en mi almohada tu cabeza fragante;
me encantó tu descaro y adoré tu locura.
¡Y hoy río si tú ríes, y canto si tú cantas;
y si duermes, duermo como un perro a tus plantas!
¡Hoy llevo hasta en mi sombra tu olor de primavera;
y tiemblo si tu mano toca la cerradura;
y bendigo la noche sollozante y oscura
que floreció en mi vida tu boca tempranera!
Delmira Agustini
Explosión
¡Si la vida es amor, bendita sea!
Quiero más vida para amar! Hoy siento
que no valen mil años de la idea
lo que un minuto azul de sentimiento.
Mi corazón moría triste y lento...
Hoy abre en luz como una flor febea.
¡La vida brota como un mar violento
donde la mano del amor golpea!
Hoy partió hacia la noche, triste, fría...
rotas las alas, mi melancolía;
como una vieja mancha de dolor
en la sombra lejana se deslíe...
¡Mi vida toda canta, besa, ríe!
¡Mi vida toda es una boca en flor!
Delmira Agustini
Quiero más vida para amar! Hoy siento
que no valen mil años de la idea
lo que un minuto azul de sentimiento.
Mi corazón moría triste y lento...
Hoy abre en luz como una flor febea.
¡La vida brota como un mar violento
donde la mano del amor golpea!
Hoy partió hacia la noche, triste, fría...
rotas las alas, mi melancolía;
como una vieja mancha de dolor
en la sombra lejana se deslíe...
¡Mi vida toda canta, besa, ríe!
¡Mi vida toda es una boca en flor!
Delmira Agustini
sábado, 1 de agosto de 2015
Oda al tiempo perdido
Habría que vivir escribiendo himnos
bailando a ciegas
revoleando la cabellera
cantando como posesa en la tribu
cortando el aire a la mitad
con respiración fogosa y caliente
rasurando la tierra con salvajes pasos
dado mil vueltas
hasta caer descompuesta y sin sentido.
Estribilllo
bailando a ciegas
revoleando la cabellera
cantando como posesa en la tribu
cortando el aire a la mitad
con respiración fogosa y caliente
rasurando la tierra con salvajes pasos
dado mil vueltas
hasta caer descompuesta y sin sentido.
Estribilllo
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